Entro en un café y veo junto a la barra, castigadas contra un muro, tres sillas rotas con las patas fracturadas brutalmente. A veces en la calle descubro un paraguas desmembrado, una camisa pisoteada en la acera, un zapato esquinado y angustioso. Hay una violencia silenciosa en los objetos cuya utilidad se ha perdido. Son como cuerpos desmantelados, animales que cayeron en la trampa y ahora chillan en silencio mientras la ciudad pasa de largo.
*
Decir lo que no es, lo que no puede ser, como quien rodea el centro de algo que no alcanzamos a explicar. No puedo negarlo: soy propenso a la definición por negación, es decir, al estilo apofático, quizá heredado de vagas lecturas sobre el budismo zen y de oscuras páginas neoplatónicas.
La literatura nos enseña que es más sugerente describir lo que no tenemos, mostrar aquello que nos falta, la forma de la ausencia, que enredarse en explicaciones inútiles. El cristal no necesita estar despedazado para ver su fragilidad. Algunos entienden ese dibujo por negación como una huida, pero se equivocan. No es huida, sino descubrimiento. Es como quien revela la forma de un cuerpo escondido tramando solo las sombras que lo rodean.
*
Ese día asombroso en que al ver al otro nos veamos a nosotros mismos. Lo imagino para que sea posible, para que sea de todos, como una ebriedad antigua. Simone Weil le dio su voz y dejó que caminara por el mundo esa idea. Que reciba también la nuestra. Imaginarlo es hacerlo real. No importa que aún esté lejos ese día.
*
Hace milenios que aceptamos con naturalidad que una historia fuera protagonizada por un zorro, un asno o un árbol (como el roble de Dodona, considerado un oráculo), y con la misma frescura se nos impuso el protagonismo de una espada, un anillo o una isla a la que volver, y a la que podemos llamar Ítaca. A nadie puede sorprender entonces que Chéjov decidiera a principios del siglo XX escribir una comedia protagonizada por una casa y por un jardín de cerezos.
Si Alain de Lille pensaba en el siglo XII que cada criatura es un espejo de lo humano, un jardín y una casa no podrían dejar de serlo. Acaso sea el momento para que nazca un cuento protagonizado por un punto, la novela de una coma o una tragedia que nos cuente la historia de un hexágono.
*
“Los pájaros entonan cantos para este solitario visitante”, escribe Zekkai Chushin, poeta japonés del siglo XIV. Visita las ruinas de un antiguo templo y no quiere que su emoción destruya el poema. Las hierbas se han apoderado del templo y crecen entre las vasijas abandonadas. Muchos siglos después, en mi terraza insular no hay ningún pájaro que cante mientras leo. Solo se escucha el rumor amortiguado de la ciudad, indiferente como un latido enfermo. El viento a veces golpea las ventanas, como llamándome. Muy pronto la hierba invadirá esta casa.





